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Uno se cree
5 agosto, 2015|Personajes

Uno se cree

Uno se cree

Uno se cree, dice Serrat en una de sus genialidades, y sí, nada más apegado a la realidad que esa sencilla frase. Uno se cree. Y el viento se mofa de nosotros, tras una temporada de brisa fresca, suelta a los demonios en ráfagas intempestivas.
Uno se cree que tiene todo bajo control. Vaya posición, magna zona de confort… ¡que nadie se mueva! Pero esto de la ruleta de la vida no funciona así, pregúntenmelo a mi que precisamente ahora estoy haciéndola de títere… alguien allá arriba se esta divirtiendo mucho, muchísimo conmigo. Me abofetea, me sacude y se mea de la risa.


He de perder muchos fans cuando se enteren que esta curiosa situación me ha llevado a meterme, ayer tarde, a la iglesia. ¡Auxilio! El mismísimo señor Andares olvidando sus principios en la guantera del auto. Lo sé, he perdido tres más de los siete lectores que me quedaban. Pero, sin que suene a una ridícula escusa, este jodido remolino vaya que me trae meditabundo.
Pérdida total le llamaron al último arrastrón que me dio mi cuate esta semana. Y como ya me cansé de buscar explicaciones donde no las hay y de inventar pretextos para justificar lo injustificable, lo gritaré a los cuatro vientos, luego dicen que hasta bonito se siente, déjenme ver… ¡siiiiiiii, fue mi pinche culpa! Ya. Ahí esta. Me siento más ligero, como globo que pierde toda presión y se desguanza. Qué rico.  Fui yo sin importar lo que pasó alrededor, no más engaños.
¿Y ustedes creen en las casualidades? Yo tampoco. Ahí les va. Me parto todo el queso. Mi querido (la neta ni tanto e incluso aclarando que estoy muy lejos de pertenecer a esa especie de hueva que todo su ser lo resume en el carro que posee), mi poderosísimo, mi precioso BMW hecho pomada. Me bajo de él y todavía mareado del tamaño trancazo y confundido por verlo metido debajo de una camioneta Pick Up, pienso en hablarle al seguro y de paso a un amigo para que me ayude a pensar un poco porque yo, aunque ecuánime, tranquis, nomás no sé bien ni qué pepsi. Y entonces, apenas ni tres minutos del macanazo, levanto la vista y ahí esta él, Gerardo, mi amigo, el mismo que les contaba que le iba a llamar. Parado frente a mi, con cara de «no mames pinche Ale» y preguntando: ¿qué onda goe, qué te pasó? Y yo respondiendo con peor cara de «no mames pinche Gerardo»: no manches goe, ¿qué haces aquí? ¿De qué nube te dejaste caer? Y él que prosigue: pues iba pasando y de repente volteo y veo que eres tú. Ja, ja, ja, río en mis adentros, aja, seguro, ya sabes como se dan esas casualidades… ¿alguien lo puede creer? Yo menos. Así que mi cuate se esta dando la entretenida conmigo, pero me quiere porque me mandó a mi amigo.
Y entonces vuelvo a salir del ex impecable 325i y el pobre está hecho un acordeón de esos que me salían de pelos en la secun y en mi «viaje» de pronto descubro un detalle del que no me había percatado: estoy completo y caminando (me encanta la frase, me suena como cuando Ana Belén canta esa parte que dice «estoy sola y sin marido…» ¡ay, guey! Apoco no suena chido). Pues así estoy yo, completito y caminado; por no dejar, me empiezo a revisar, tramo por tramo, el pecho, los hombros, los brazos, las manos; me toco la cara, la cabeza; me paso las manos por las piernas, adelante y atrás, las nalgas como cateo de teibol, y nada, todo en su lugar, seco de sangre, palidito, como dice mi compadre Casita, como he de ser, sin el menor hematoma. Eso si, una fina cuarteadura me divide el cuerpo en dos; como falla de San Andrés, me recorre desde el talón, sube por la rayita gluteal para salir por la espalda y continuar su tortuosa ruta hasta rajar el cuello y clavarse en la nuca. Y la rodilla ya haciéndola de tos, pero leve, ni tanto, como sólo para recordarme que aparte debo dar las gracias. Lo peor, ligeramente despeinado, perdiendo mi look de Capitán Galán, vaya ofensa.
Por la noche debí haber ido al hospital a revisarme, pero lo único que quería era mi cama así es que reposé con todo cuidado el epicentro de la falla de San Andrés a modo de evitar réplicas, me tomé un par de Aspirinas, eso sí, precavido el muchacho, y dije «engarróteseme ahí». Pero nada de eso evitó que soñara. Muy solo y vulnerable hasta la médula, era un perro callejero, mugriento, enclenque, lengua colgando hasta un collarín recién estrenado reluciendo de blanco; caminaba en sentido contrario, pegadito a la barda de contención del carril de alta de una soleada autopista por la que desfilaban proyectiles metálicos a gran velocidad… ¡Zuum!, ¡zzuuumm!, ¡zzuuuummm!
Y me preguntan que si los Andares son personales. Uno se cree que no, pero todo es personal en esta vida. Nunca le hagan caso a don Corleone y su frase predilecta de que nada es personal, todo es cuestión de negocios. No es cierto, lo que mi cuate trae conmigo es más que personal.
¿Hasta dónde me llevarás? Ya los Andares lo dirán, pero por si lees los periódicos te aviso, te informo, que aprendo rápido las lecciones, no soy tan tan terco. Y gracias, fue todo un detalle que esté completito y mandarme a Gerardo. Neta, te rayaste, es más, si quieres ahí la dejamos, por mi no hay bronca. También sé perder y estoy pensando inscribirme urgentemente en una ola pacifista de esas que no matan ni un mosco por no desequilibrar el ecosistema.
¿Que por qué me pasó? Porque mi cuate ya tiene un buen rato que se le ocurrió aventarse esta partida de ajedrez sin previo aviso. Perdí a mi reina, la torre y dos alfiles, ¿cómo no ha de colisionar mi vida? Esta cabeza esta turbada por tan valiosas fichas dadas de baja, pero aún, óyelo bien, muy lejos del jaque.

Uno se cree.

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Alejandro Mier
"Mis Andares, no son más que historias de esas que escuchamos a diario y que por creerlas de interés o que aportan algo en este loco afán de tratar de entender el comportamiento humano, me parecieron dignas de dejarlas por escrito. Te aseguro que después de leer algunos de mis Andares, notarás que tú también tienes muchas historias que merecen contarse... si las quieres compartir, son bienvenidas! Por lo pronto, será un placer encontrarte... en los Andares de la vida".